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marzo17

20N 2013

Entrevista a Berta Tapia

La exalcaldesa, Berta Tapia, de 87 años, esta semana en la residencia La Ciudad en la que vive desde hace doce años. MARCOS MÍGUEZ

Solo fue alcaldesa cinco meses y ya pasaron 35 años desde entonces, pero es la única mujer que ocupó el sillón de mando del Ayuntamiento en la historia de la ciudad. «Me parece raro que no haya habido otra con lo que cambió el papel de la mujer en la sociedad», comenta. Nació en el número 18 de la plaza de María Pita en 1927. En febrero cumple los 87. «No he estado enferma nunca. Dios me dio buena salud. Estoy operada de las caderas y tomó alguna pastillita para dormir. Me cuesta más caminar, pero sigo nadando. Este invierno tengo pensado ir a la piscina de la Hípica tres veces por semana», asegura Berta Tapia Dafonte. Dice que es «solterita», pero que tuvo pretendientes. «Pero nunca llegamos a nada. Hubo chicos que me gustaron y otros a los que les gusté yo», recuerda. Charlamos en la residencia La Ciudad, en la calle Santo Domingo, donde vive la exalcaldesa. «Ahora, el 14 de noviembre, se cumplen doce años desde que estoy aquí. Para mí es la solución del mundo. Tengo libertad total. Estoy mejor que en mi casa y si me pongo mala me cuidan. Está cerca la Hípica, de varias iglesias y de las amigas de siempre».

 

La etapa en María Pita

Entró en el Ayuntamiento «por el tercio familiar». Entre 1973 y 1979 fue concejala y alcaldesa. «En mi época, los políticos no vivíamos de la política. Teníamos dietas pero, por ejemplo, como alcalde tenía 10.000 pesetas al mes (60 euros) para gastos de representación. Hacer el presupuesto era un martirio chino», recuerda Berta, que reconoce que alguna vez la tentaron para volver a la política. «Me ofrecieron de un partido, del PP, y no sé si del PSOE. No me acuerdo. Soy falangista, más socialista que derechista. Creo que hay cosas válidas de la doctrina de la Falange», reflexiona. «Me gusta haber podido participar en la vida coruñesa. Todavía hay gente que me recuerda y se dirige a mí como alcaldesa».

Socia de siempre de la Sociedad Filarmónica es una habitual de los conciertos. «Todo lo cultural me gusta, también soy socia de los Amigos de los Museos», asegura Berta, que disfruta de su mucho tiempo libre dando paseos y charlando con las amigas. Lo que no le atrae son las nuevas tecnologías. «Tengo móvil para emergencias. Comprendo que Internet es muy práctico, pero a mis 87 años no lo necesito para nada. Tengo alguna amiga absorbida por el ordenador», comenta. Sigue conduciendo y utiliza el coche, por ejemplo, para ir a su vivienda de Mera. «Espero que en enero me renueven el carné de conducir», comenta.

Fuente La Voz de Galicia

ALFREDO CONDE Escritores hagiográficos

Escritores hagiográficosFALANGE y Literatura.

Tal es el título que José Carlos Mainer hace regresar a las librerías una vez que amplió su estudio sobre los escritores que militaron en Falange Española, antes, durante y aún después de la Guerra Civil Española. Conviene leerlo. Al hacerlo, algunos se curarán de sus males. Aprenderán a leer los textos literarios con independencia de la adscripción ideológica de sus autores. No será nada malo, ni imprudente, en este país a la cola de los del mundo en compresión lectora.

Si así lo hacen, aprenderán a leer a los escritores que creyeron en el fascismo y a celebrar sus textos; si son celebrables, claro; pero no a ellos, ni a su totalitaria concepción de la organización de la convivencia humana.


Leo en el periódico la noticia que habla de esta salida a las librerías del libro de Mainer, así que no puedo comentar apenas un poco más de las palabras del autor que acompañan al reportaje de Ángel Vivas, ilustrado con sendas fotos de Torrente Ballester, Cunqueiro y Foxá. Pero pienso en la nómina de todos ellos ampliada con aquellos otros escritores gallegos, además de los dos citados, que la gente ha perdonado, olvidando su vieja militancia e incluso sus textos, algunos de ellos vergonzosos, al menos en un principio, y, sí, estoy pensando en poemas laudatorios, en textos hagiográficos, en eruditas recopilaciones de párrafos enteros, que denotan un conocimiento, una admiración, incluso una devoción, diríase que neurasténica, por la persona y la ideología que predicó en vida este líder carismático, aquel generalísimo por la gracia de Dios o el jefe de filas en el batallón literario que cerró filas en torno al nacional-catolicismo.


El problema personal que de inmediato confieso es que, también de inmediato, se me va la memoria hacia los escritores hagiográficos del otro lado. La verdad es que la literatura confesional me importa poco, no me interesa nada y, ante un buen texto, se me olvida si su autor militó en Falange o lo hizo en el Partido Comunista.
Lástima que el primer libro de Mainer también se me haya quedado atrás, en alguna biblioteca que ya nunca volverá a ser mía. Veré de remediarlo, al menos en parte, saliendo a comprar de manos de Óscar, mi librero de cabecera, de guardia en Librería Lenda, en Bertamiráns, por si les interesa, esta nueva edición del libro de Mainer. Mientras iré pensando en dónde habré metido la foto en la que se nos ve a los, calzando la kipá, en el cementerio judío de Praga, en el nuevo, al pie de la tumba de Kafka, rodeados de arces esbeltos alimentados con toda cuanta energía el subsuelo de aquel camposanto les ofrecía y les seguirá ofreciendo. Así del recuerdo de Kafka regresaré al de algunos de esos escritores que fueron fascistas, cosa que no celebro, pero de los que yo fui si no admirador, sí amigo.

Escritor, Premio Nadal

y Nacional de Literatura

El Correo Gallego

Ramiro Ledesma Ramos

80 ANIVERSARIO

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El acto a celebrar en Madrid con motivo del aniversario de la Fundación de Falange Española, cuya convocatoria figura en este portal, está siendo boicoteado por el conglomerado antisistema de extrema izquierda, mediante amenazas directas a la empresa propietaria del teatro en el que se va a celebrar.

Comunicamos lo siguiente:

1º – La convocatoria se mantiene, y bajo cualquier circunstancia el acto se celebrará. Se cumplen todos los requisitos legales para su realización, y se dispone de los permisos pertinentes.

2º – Nada ni nadie puede negarnos a los falangistas el derecho a la libertad de expresión, de reunión y de manifestación. Se han cumplimentado todos los tramites exigidos para la convocatoria del acto, con el consiguiente permiso de las autoridades. El origen de las amenazas sectarias viene, en este caso, de la extrema izquiera proetarra (son del país vasco y con relaciones en el mundo abertzale). La autoridad competente está obligada a garantizarnos  el ejercicio de los derechos que nos asisten como ciudadanos del Estado de Derecho, en el marco de cuya legislacion se desarrolla nuestra actividad pública.

3º – El acto lo convoca F.E. de las J.O.N.S., partido legalmente constituido y que  -como no podía ser de otra manera-  cumple escrupulosamente con la legalidad vigente y mantiene una trayectoria intachable en este sentido. Todo lo contrario que esos otros grupos antisistema que no repetan la legalidad y recurren a la amenaza y a la violencia, en muchos casos con impunidad. Esa distincion es la que exigimos a las autoridades y pedimos a los medios de comunicación por razón de  justicia y de servicio a la verdad. Simplemente eso.

4º – A la convocatoria se han adherido todas las organizaciones y círculos falangistas. Así, entre otros,  Falange  Auténtica, La Falange,Vieja Guardia, Plataforma 2003, militantes del antiguo Frente de Estudiantes Sindicalistas (F.E.S.), FE de las JONS (Auténtica)  y otras personalidades falangistas a título individual.

5 º – Animamos a cuantos se sientan identificados con la figura humana y con el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera a que no dejen de acudir a la convocatoria. Invitación que queremos ampliar a cuantos españoles (especialmente jóvenes) quieran conocer una propuesta nueva, distinta, ilusionante, que de repuesta a sus  nobles inquietudes y a las necesidades en general que padece nuestro pueblo en esta hora aciaga de decadencia económica y moral.

Por la Justicia Social, por la Unidad de España, por la convivencia en hermandad y libertad de todos los españoles, acudamos el próximo día 26 de Octubre, a las 12 horas, al Teatro Fígaro, c/ Doctor Cortezo, 5.



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La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía.

Aristóteles

Libros.La Falange de Franco.

Cubierta delantera

 

Libros.

La Falange de Franco. El proyecto fascista del Régimen.

Joan María Thomàs

Plaza y Janes 2001

 

Un estudio de la organización política del régimen franquista, FET de las JONS desde su creación y de las tensiones políticas internas del régimen, un parrafo de la obra nos resume el papel de la Falange durante el régimen del Franco, ni fascista ni nacional-sindicalista, simplemente franquista..

 

Un régimen que se aprovecho de la imagen de Falange pero sin aplicar su ideología.

 

La situación de FET y de las JONS era, pues, comprometida. No podia dirigir la política provincial, como no dirigía la estatal, se encontraba con que la política efectivamente aplicada por el gobierno sólo estaba respondiendo superficialmente al nacionalsindicalismo y la lucha por la justicia social que propugnaban muchos de sus cuadros, pero recibía los efectos negativos de la política realmente aplicada”.

Este parrafo de la obra puede servir de resumen de lo que significo para Falange el regimen franquista.

 

 

XII Seminario J.M. Sánchez Diana

http://www.patriasindicalista.es/ps_imagenes_noticias/13seminarioJMSD.pdf

 

Germanos contra bereberes.

GERMANOS CONTRA BEREBERES.

 ¿Qué fue la Reconquista ? Un criterio superficial de la victoria tiende a considerar España como una especie de fondo o substratum permanente sobre el cual desfilan diversas invasiones, a las que nos hacen asistir como solidarios con aquel elemento aborigen. Dominación fenicia, cartaginesa, romana, goda, africana... De niños hemos presenciado mentalmente todas esas dominaciones en calidad de sujetos pacientes; es decir, como miembros del pueblo invadido. Ninguno de nosotros, en su infancia romancesca, ha dejado de sentirse sucesor de Viriato, de Sertorio, de los numantinos. El invasor era siempre nuestro enemigo; el invadido nuestro compatriota. 

Cuando la cosa se considera más despacio, ya al apuntar la mañana, cae uno en esta perplejidad: después de todo -se pregunta- no sólo mi cultura, sino aún mi sangre y mis entrañas ¿tienen más de común con el céltico aborigen que con el romano civilizado? Es decir, ¿no tendré un perfecto derecho, aún por fuerza de la sangre, a mirar la tierra española con ojos de invasor romano; a considerar con orgullo esta tierra no como remota cuna de los míos sino como incorporada por los míos a una nueva forma de cultura y de existencia? ¿Quién me dice que, en el sitio de Numancia, hay dentro de las murallas más sangre mía, más valores de cultura míos, que en los campamentos sitiadores? 



Quizá podamos entender esto señaladamente bien los que procedemos de familias que hayan visto nacer muchas de sus generaciones en la América hispana. Nuestros antepasados trasatlánticos, como nuestros actuales parientes de allá, se sienten tan americanos como nosotros españoles; pero saben que su calidad americana les viene como descendientes de los que dieron a América su forma presente. Sienten a América como entrañablemente suya porque sus antepasados la ganaron. Aquellos antepasados procedían de otro solar, que ya es, para sus descendientes, más o menos extranjero. En cambio la tierra en que actualmente viven, siglos atrás extranjera, es ahora la suya, la definitivamente incorporada por unos remotos abuelos al destino vital de su estirpe. 

Estos dos puntos de vista descansan sobre dos maneras de entender la patria: o como razón de tierra o como razón de destino. Para unos, la patria es el asiento físico de la cuna; toda su tradición es una tradición espacial, geográfica. Para otros, la patria es la proyección física de un destino; la tradición, así entendida, es predominantemente temporal, histórica.


2. Con esta previa delimitación de conceptos cabe resumir la cuestión inicial: ¿qué fue la Reconquista ? Ya se sabe: desde el punto de vista infantil, el lento recobro de la tierra española por los españoles contra los moros que la habían invadido. Pero la cosa no fue así. En primer lugar, los moros (es más exacto llamarles «los moros» que «los árabes»; la mayor parte de los invasores fueron berberiscos del norte de África; los árabes, raza muy superior, formaban solamente la minoría directora) ocuparon la casi totalidad de la Península en poco tiempo más del necesario para una toma de posesión material, sin lucha. Desde Guadalete (año 711) hasta Covadonga (718) no habla la Historia de ninguna batalla entre forasteros e indígenas. Hasta el reino de Todomir, en Murcia, se constituyó por buenas componendas con los moros, toda la inmensa España fue ocupada en paz; España, naturalmente, con los «españoles» que habitaron en ella. Los que se replegaron hacia Asturias fueron los supervivientes de entre los dignatarios y militares godos; es decir, de los que tres siglos antes habían sido, a su vez, considerados como invasores. El fondo popular indígena (celtibérico, semítico en gran parte, norteafricano por afinidad en otra, más o menos romanizado todo él) era tan ajeno a los godos como a los agarenos recién llegados. Es más, sentían muchas más razones de simpatía étnica y consuetudinaria con los vecinos del otro lado del estrecho que con los rubios danubianos aparecidos tres siglos antes. Probablemente la masa popular española se sintió mucho más a su gusto gobernada por los moros que dominada por los germanos. Esto fue el principio de la Reconquista ; al final no hay ni que hablar. Después de seiscientos, de setecientos, de casi (en algunos sitios) ochocientos años de convivencia, la fusión de sangre y usos entre aborígenes y bereberes era indestructible; mientras que la compenetración entre indígenas y godos, entorpecida durante doscientos años por la dualidad jurídica y, en el fondo, rehusada siempre por el sentido racial de los germánicos, no pasó nunca de ser superficial. 



La Reconquista no es, pues, una empresa popular española contra una invasión extranjera; es, en realidad, una nueva conquista germánica; una pugna multisecular por el poder militar y político entre una minoría semítica de gran raza -los árabes- y una minoría aria de gran raza -los godos-. En esa pugna toman parte bereberes y aborígenes en calidad de gente de tropa unas veces y, otras veces, en actitud de súbditos resignados de unos y otros dominadores, quizá con marcada preferencia, al menos en gran parte del territorio, por los sarracenos. 

Hasta tal punto es la Reconquista una guerra entre partidos y no una guerra de la independencia que a nadie se le ha ocurrido nunca llamar «españoles» a los que combatían contra los agarenos, sino «los cristianos» por oposición a «los moros». La Reconquista fue una disputa bélica por el poder político y militar entre los pueblos dominadores, polarizada en torno de una pugna religiosa. 



Del lado cristiano, los jefes preminentes son todos de sangre goda. A Pelayo se le alza en Covadonga sobre el pavés como continuador de la Monarquía sepultada junto al Guadalete. Los capitanes de los primeros núcleos cristianos tienen un aire inequívoco de príncipes de sangre y mentalidad germánica. Más: se sienten ligados desde el principio a la gran comunidad catolicogermánica europea. Cuando Alfonso el Sabio aspira al trono imperial no adopta una actitud extravagante: pleitea, con el alegato de la madurez política de su reino, por lo que podía alentar desde siglos antes en la conciencia de príncipe cristianogermánico de cada jefe de los citados reconquistadores. La Reconquista es una empresa europea, es decir, en aquella sazón, germánica. Muchas veces acuden de hecho, para guerrear contra los moros, señores libres de Francia y de Alemania. Los reinos que se forman tienen una planta germánica innegable. Acaso no haya Estados en Europa que tengan mejor impreso el sello europeo de la germanidad que el condado de Barcelona y el reino de León.

3. En esquema -abstracción hecha de los mil acarreos e influencias recíprocas de todos los elementos étnicos removidos durante ochocientos años-, la Monarquía triunfante de los Reyes Católicos es la restauración de la Monarquía góticoespañola, católicoeuropea, destronada en el siglo VIII. La mentalidad popular distinguía entonces difícilmente entre nación y rey. Por otra parte, considerables extensiones de España, singularmente Asturias, León y el Norte de Castilla habían sido gemanizadas, casi sin solución de continuidad, durante mil años (desde principios del siglo V hasta finales del XV, sin más interrupción que los años que van desde el Guadalete hasta el recobro de las tierras del norte por los jefes godocristianos) sin contar con que su afinidad étnica con el norte de África era mucho menor que la de las gentes del sur y levante. La unidad nacional bajo los Reyes Católicos es, pues, la edificación del Estado unitario español con el sentido europeo, católico, germánico, de toda la Reconquista , y la culminación de la obra de germanización social y económica de España. No se olvide esto, porque quizá por ahí va a encontrar la «constante bereber» su primera rendija para la rebelión. 

En efecto, el tipo de dominación árabe era preponderantemente político y militar. Los árabes tenían vagamente el sentido de la territorialidad. No se adueñaban de las tierras, en el sentido jurídicoprivado. Así pues, la población campesina de las comarcas más largamente dominada por los árabes (Andalucía, Levante) permanecía en una situación de libre disfrute de la tierra, en forma de pequeña propiedad y, acaso, de propiedades colectivas. El andaluz aborigen, y la población bereber que nutrió más copiosamente las filas árabes, gozaba, pues, una paz elemental y libre, inepta para grandes empresas de cultura, pero deliciosa para un pueblo indolente, imaginativo y melancólico como el andaluz. En cambio, los cristianos germánicos traían en la sangre el sentido feudal de la propiedad. Cuando conquistaban las tierras erigían sobre ellas señoríos, no ya pluralmente politicomilitares como los de los árabes, sino patrimoniales al mismo tiempo que políticos. El campesino pasaba, en caso mejor, a ser vasallo; tiempo adelante, cuando por la atenuación del aspecto jurisdiccional, político, los señoríos van subrayando su carácter patrimonial, los vasallos, completamente desarraigados caen en la condición terrible de jornaleros. 
La organización germánica, de tipo aristocrático, jerárquico, era, en su base, mucho más dura. Para justificar tal dureza se comprometía a realizar alguna gran tarea histórica. Era, en realidad, la dominación política y económica sobre un pueblo casi primitivo. Toda aquella enorme armadura -Monarquía, Iglesia, aristocracia- podía intentar la justificación de sus pesados privilegios a título de cumplidora de un gran destino en la Historia. Y lo intentó por doble camino: la conquista de América y la Contrarreforma.

4. Es un tópico (puesto en circulación por la literatura «bereber» de que se hablará más tarde) el decir, que la conquista de América es obra de la espontaneidad popular española, realizada casi a despecho de la España oficial. No se puede sostener esa tesis en serio. Muchas de las expediciones se organizaron, ciertamente, como empresa privada; pero el sentido de la cristianización y colonización de América está contenido en el monumento de las Leyes de Indias, obra que encierra el pensamiento constante del Estado español a través de vicisitudes seculares. Y la conquista de América es también una tesis catolicogermánica. Tiene un sentido de la universalidad sin la menor raíz celtibérica y bereber. Sólo Roma y la Cristiandad germánica pudieron transmitir a España la vocación expansiva, católica, de la conquista de América. Lo que se llame el espíritu aventurero español, ¿será español de veras en el sentido aborigen o bereber, o será una de las señales de sangre germánica? No se desdeñe el dato de que, aún en nuestros días, las regiones de donde sale mayor número de emigrantes, es decir, de aventureros, son las del Norte, las más germanizadas, las más europeas, las que, desde su punto de vista castizo y pintoresco, podrían llamarse menos españolas. En cambio, es todavía abundantísimo el número de andaluces y levantinos que se trasplanta a Marruecos, a Orán, a Argelia y que vive allí absolutamente como en su casa, como una cepa que reconoce la tierra lejana de donde arrancaron a su ascendiente. Esta derivación meridional y levantina hacia África no tiene la menor homogeneidad con las expediciones colonizadoras hacia América. Incluso África y América han sido constantemente como las consignas de dos partidos políticos y literarios españoles. De dos partidos que coinciden exactamente en casi todos los instantes con el liberal y el conservador; el popular y el aristocrático; el bereber y el germánico. Era casi cosa obligada que un escritor aristocrático, antieclesiástico, antimonárquico, incorporase a su repertorio frases como ésta: «Más valía que la Monarquía española, en vez de extenuar a España en la empresa de América, hubiera buscado nuestra expansión natural, que es África». Al lado de la conquista de América, la España germánica (doblemente germánica ahora bajo la dinastía de los Habsburgo) riñe en Europa el combate católico por la unidad. Lo riñe y, a la larga, lo pierde. Y, como consecuencia, pierde a América. La justificación moral e histórica de la dominación sobre América se hallaba en la idea de la unidad religiosa del mundo. El catolicismo era la justificación del poder de España. Pero el catolicismo había perdido la partida. Vencido el catolicismo, España se quedaba sin título que alegar para el imperio de Occidente. Su credencial estaba caducada. Ya lo vió el astuto Richelieu que, para hundir a la casa de Austria, no vaciló en auxiliar a los paladines de la reforma. Sabía muy bien que la piedra angular de los Habsburgo era la unidad católica de la Cristiandad. 



Y así, perdida la partida en Europa primero, en América después, ¿qué tarea de valor universal alegaría la España dominadora -Monarquía, Iglesia, aristocracia- para conservar su situación de privilegio? Falta de justificación histórica, dimitida toda función directiva, sus ventajas económicas y políticas quedaban en puro abuso. Por otra parte, con la falta de empleo, las clases directoras habían perdido el brío, incluso de la propia defensa. Se observa una colección de fenómenos, semejantes en extremo a la decadencia de la monarquía visigótica. Y la fuerza latente, nunca extinguida, del pueblo bereber sometido, inicia lentamente su desquite.

5. Porque, aún en las horas cenitales de la dominación, la «constante bereber» no había dejado de existir y de obrar nunca. Los pueblos superpuestos, dominador y dominado, germánico y aborigen bereber, no se habían fundido. Ni siquiera se entendían. El pueblo dominador vigilaba el no mezclarse con el dominado (hasta 1756 no se deroga una pragmática de Isabel la Católica que exigía probar pureza de sangre, es decir, condición de cristiano viejo, sin mezcla de judío o moro, aún para desempeñar modestísimas funciones de autoridad). El pueblo dominado, entre tanto, detesta al dominador. Con un giro típico, adopta respecto de los dominadores apariencia de sumisión irónica. En Andalucía se llega a los más exagerados extremos de adulación; pero bajo esa adulación aparente se venga la más desdeñosa zumba hacia el adulado. Esta actitud, la burla, es la más dulcemente resignada que adopta el pueblo desposeído. Más arriba aparece ya el odio y, sobre todo, la afirmación permanente de la separación. En España la expresión «el pueblo» guarda siempre un tono particularista y hostil. El «pueblo hebrero» comprendía naturalmente, a los profetas. El «pueblo inglés» incluye a los lores, ¡a buena hora permitiría un inglés consciente que no le considerasen solidarizado, bajo la denominación popular de inglés, con los primeros jerarcas del país! Aquí no: cuando se dice «el pueblo» se piensa decir lo indiferenciado, lo incalificado, lo que no es aristocracia, ni Iglesia, ni milicia, ni jerarquía de ninguna especie. El mismo don Manuel Azaña ha dicho: «no creo en los intelectuales, ni en los militares, ni en los políticos; no creo más que en el pueblo». Pero entonces los intelectuales, los militares, los políticos, como los eclesiásticos y los aristócratas ¿no forman parte del pueblo? Sin especificar, se alude al sojuzgado, al sustraído a su siempre añorada existencia primitiva, indiferenciada, antijerárquica y que, por lo mismo, detesta rencorosamente toda jerarquía, característica del pueblo dominador.
Tal realidad ha penetrado todas las manifestaciones de la vida española, incluso las de apariencia menos popular. Por ejemplo, el fenómeno europeo de la Reforma tuvo en España una versión reducida, pero absolutamente impregnada de la pugna entre germánicos y bereberes, entre dominadores y dominados. En España no se dió un solo caso de hereje príncipe, como en Francia o en Alemania. Los grandes señores se mantuvieron aferrados a su religión de castas. Todo hereje, pequeño burgués, o letrado, era como un vengador de los oprimidos; en su disidencia alentaba más que un tema teológico una incurable inquina contra el aparato oficial, formidable, de Monarquía, Iglesia, aristocracia... 



Y así hasta las fechas más recientes. La línea bereber, más aparente cada vez según ve declinar la fuerza contraria, asoma en toda la intelectualidad de izquierda, de Larra hacia acá. Ni la fidelidad a las modas extranjeras logra ocultar un tonillo de resentimiento de vencido en toda la producción literaria española de los cien últimos años. En cualquier escritor de izquierdas hay un gesto morboso por demoler, tan persistente y tan desazonante que no se puede alimentar sino de una animosidad personal, de casta humillada. Monarquía, Iglesia, aristocracia, milicia, ponen nerviosos a los intelectuales de izquierda, de una izquierda que para estos efectos empieza bastante a la derecha. No es que sometan aquellas instituciones a crítica; es que, en presencia de ellas, les acomete un desasosiego ancestral como el que acomete a los gitanos cuando se les nombra a la bicha. En el fondo los dos efectos son manifestaciones del mismo viejo llamamiento de la sangre bereber. Lo que odian, sin saberlo, no es el fracaso de las instituciones que denigran, sino su remoto triunfo; su triunfo sobre ellos, sobre los que la odian. Son los bereberes vencidos que no perdonan a los vencedores -católicos, germánicos- haber sido los portadores del mensaje de Europa. El resentimiento ha esterilizado en España toda posibilidad de cultura. Las clases directoras no han dado nada a la cultura, que en ninguna parte suele ser su misión específica. Las clases sometidas, para producir algo considerable desde el punto de vista de la cultura, tenían que haber aceptado el cuadro de valores europeo, germánico, que es el vigente; y eso les suscita una repugnancia infinita por ser, en el fondo, el de los odiados dominadores. 

Así, grosso modo, puede decirse que la aportación de España a la cultura moderna es igual a cero, salvo algún ingente esfuerzo individual, desligado de toda escuela, y algún pequeño cenáculo inevitable envuelto en un halo de extranjería.


6. Tras las escaramuzas tenía que llegar la batalla. Y ha llegado: es la República de 1931; va a ser, sobre todo, la República de 1936. Estas fechas, singularmente la segunda, representan la demolición de todo el aparato monárquico, religioso, aristicrático y militar que aún afirmaba, aunque en ruinas, la europeidad de España. Desde luego la máquina estaba inoperante; pero lo grave es que su destrucción representa el desquite de la Reconquista , es decir, la nueva invasión bereber. Volveremos a lo indiferenciado. Probablemente se ganará en placidez elemental en las condiciones populares de vida. Acaso el campesino andaluz, infinitamente triste y nostálgico, reanude el silencioso coloquio con la tierra de que fue desposeído. Casi media España se sentirá expresada inmejorablemente si esto ocurre. Desde luego, se habrá conseguido un perfecto ajuste en lo natural. Pero lo malo es que entonces será pueblo único, ya dominador y dominado en una sola pieza, un pueblo sin la más mínima aptitud para la cultura universal. La tuvieron los árabes; pero los árabes eran una pequeña casta directora, ya mil veces diluida en el fondo humano superviviente. La masa, que es la que va a triunfar ahora, no es árabe sino bereber. Lo que va a ser vencido es el resto germánico que aún nos ligaba con Europa. 



Acaso España se parta en pedazos, desde una frontera que dibuje, dentro de la Península , el verdadero límite de África. Acaso toda España se africanice. Lo indudable es que, para mucho tiempo, España dejará de contar en Europa. Y entonces, los que por solidaridad de cultura y aún por misteriosa voz de sangre nos sentimos ligados al destino europeo, ¿podremos transmutar nuestro patriotismo de estirpe, que ama a esta tierra porque nuestros antepasados la ganaron para darle forma, en un patriotismo telúrico, que ame a esta tierra por ser ella, a pesar de que en su anchura haya enmudecido hasta el último eco de nuestro destino familiar?. 

Jóse Antonio Primo de Rivera

Prisión de Alicante, 13 de agosto de 1936