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marzo17

La inadecuación ideológica del nacional-sindicalismo

EL GRAN PROBLEMA: LA INADECUACION IDEOLOGICA FALANGISTA


En los documentos originarios de Falange Española se percibe en ocasiones un peligroso equívoco entre programa y doctrina. El programa es un elemento táctico que resume las propuestas que un partido puede efectuar en un momento dado de su historia. Cuando se alteran las circunstancias, cambia necesariamente el programa. En cuanto a la ideología, a diferencia del programa, es fija e inmutable. En principio… por que las ideologías terminan siempre siendo esquemas rígidos que pierden pronto actualidad. Resulta evidente que al leer las páginas de las Obras Completas estamos ante un libro que nos ayuda a comprender la historia de la Segunda República; así mismo al leer las «Disgresiones sobre el Futuro de las Juventudes» de Ramiro, estamos repasando la historia de Europa… hasta ese momento y otro tanto ocurre con el «Discurso a las Juventudes de España». Hace falta, pues, establecer exactamente que es lo que hay de presente y de futuro en todo este material histórico.

La primera impresión es que hay poca actualidad en los textos históricos. Ciertamente José Antonio y Ramiro atacaron al capitalismo y hoy esta temática tiene una actualidad inequívoca, pero el capitalismo que conocieron ambos tiene muy poco que ver con el capitalismo moderno. Nada se dice sobre los procesos que conforman la realidad del capitalismo moderno: la automatización de los procesos de trabajo, la revolución de las comunicaciones generada en la posguerra y la revolución de la microinformática experimentada a principios de los años 80, el proceso de globalización con la creación de un mercado único global, los procesos de deslocalización industrial de Norte hacia el Sur y los procesos de inmigración masiva del Sur hacia el Norte, las necesidades de nuevas dimensiones nacionales que respondan a este proceso, la desaparición del comunismo, lo efímero de la nueva izquierda, la creación de la Unión Europea, la elevación de los Estados Unidos y de sus contenidos culturales al rango de único «imperio», etc., todo ello implica nuevo elementos ante los cuales no existen respuesta en las Obras Completas, ni en los textos históricos, capaces de aportar planteamientos adecuados sobre ninguno de estos temas. Ni, por lo demás, existen ideólogos en las filas de las distintas fracciones falangistas capaces de revisar de manera indiscutible estos temas y proponer respuestas concretas.

A decir verdad, este problema se viene arrastrando desde los tiempos de la postguerra cuando el partido advierte que los líderes históricos han sido asesinados durante la guerra. En ese momento, los militantes falangistas tienen demasiado reciente el impacto de la contienda y el hecho de que algunos de ellos estén ocupando puestos directivos en el nuevo Estado, hace que se obvie el completar las lagunas ideológicas. Cuando se está en el poder se piensa en gestionarlo, no en justificarlo o interpretarlo. Por lo demás, en un primer momento, el fascismo parecía que lograría imponerse a los Estados democráticos y las perspectivas eran buenas, así que las únicas cosas que se rectificaron afectaban a la «cuestión nacional» (ingenuas rectificaciones territoriales en Marruecos, Sahara y Guinea) y poco más. Pero, en un segundo momento, cuando las cosas se torcieron para las fuerzas del Eje, algunos empezaron a advertir la naturaleza del conflicto que estaba ante la vista: o bien Falange se democratizaba (algo difícil por que la impronta y la estética fascista estaban demasiado presentes y constituían el alma de Falange, tanto de la disidente del Movimiento, como de la franquista. Llama la atención que, muy frecuentemente, los disidentes les Movimiento, los falangistas antifranquistas, eran, contra lo que se tiene tendencia a pensar, eran más proclives al fascismo y al nazismo, que los sectores oficialistas.

A partir de ese momento empezó el fraccionamiento en cadena: la mayoría del movimiento falangista adoptaron posiciones seguidistas hacia el franquismo; una minoría muy exigua pasó a engrosar la disidencia falangista, más o menos clandestina, otros desengañados por la imposibilidad de realizar al «revolución nacional» a la vista de la derrota del Eje, se desmovilizaron. Los hubo –como Ridruejo– que se dejaron ganar por las tesis de recuperación de las libertades democráticas y abandonaron el falangismo.

En una segunda fase del conflicto ideológico se produjo una decantación hacia los dos elementos que componían la síntesis «nacional-sindicalista». Aparecieron los falangistas «más nacionalistas que sindicalistas» y los que se consideraban más «sindicalistas que nacionalistas». Los primeros se identificaban casi completamente con los falangistas del Movimiento Nacional, los segundos fueron a engrosar los movimientos «hedillistas» y «falangistas de izquierda» que sobrevivieron hasta finales de la década de los 70. Existió un último sector que intentó mantener la síntesis situándose en una posición equilibrada entre los dos términos en nombre de la «ortodoxia ». Nos referimos al F.E.S., si bien es cierto que todos los sectores se consideraban herederos de la Falange fundacional.

A medida que se hizo evidente que España debía confluir, antes o después, con Europa, algunos falangistas intentaron formas de adaptación a las formas políticas que entonces imperaban en Europa. Fue así como Cantarero del Castillo, haciendo una lectura unilateral y selectiva de los textos joseantonianos (excluyó por supuesto cualquier otro) concluyó en posiciones socialdemócratas que sostuvo desde su Asociación de Antiguos Miembros del Frente de Juventudes, quedando muy lejos del tronco central falangista. Su libro «Falange y socialismo» fue contestado con particular energía por el FES.

Pero otros se alejaron aun mucho más. A principios de los años sesenta núcleos universitarios de las Juventudes Falangistas pasaron directamente al Partido Comunista de España e incluso, como en Barcelona, algunos se integraron en la extrema-izquierda (Juan Colomar pasó al Front Obrer Catalá y fue uno de los fundadores de la Liga Comunista Revolucionaria, “Anibal Ramos” siguió la misma trayecto, pero pasó luego a la Organización Trotskysta y luego al Partido Obrero Revolucionario y fueron dos ejemplos entre un par de centenares).

Otros, como Miguel Hedilla Larrey, al reemprender la actividad política constituyó un Frente Nacional de Alianza Libre, de difícil definición, pero, en cualquier caso oficialmente no-falangista. En el libro «Hacia una historia del FES» se explica ese proceso: «Por aquella época el FSR, producto de una escisión del FES, ya había hecho su aparición intentando evitar las formas falangistas para hacer más vendible su mercancía. Según la historiadora inglesa Ellwood actuaba como Presidente del FSR Manuel Hedillla quien aprovechando un viaje de Narciso Perales, auténtico líder del grupo, a Iberoamérica, había convertido el FSR en Frente Nacional de Alianza Libre».

Hay que dedicar un pequeño párrafo a Miguel Hedilla. Tras se condenado a muerte pasó una temporada en prisión y luego en el destierro. En 1965, Narciso Perales contactó con él, pero Hedilla no estaba dispuesto a participar en nada que tuviera como rótulo la palabra «falange» o «nacionalsindicalista». De hecho, esta posición vería ya de la postguerra. Un falangista barcelonés que lo visitó con una delegación en su destierro para pedirle consejo y orientación me dijo textualmente: «Nos mandó a paseo». Hedilla murió en 1969 y Fuerza Nueva fue una de las pocas revistas que publicaron su esquela. El mito, absurdo, pueril y, entre ingenuo y malintencionado, consistió en la creación de una «falange hedillista», cuando Hedilla murió incuestionablemente como «no-falangista» e incluso muy contestado en medios «ortodoxos» del FES que le dedicaron un artículo titulado «Gerontocracia (la coalición de los abuelos con el afán de mandar»).

El programa del FNAL era difícilmente definible, recordaba algo al de Falange, pero no aparecían las referencias clásicas. Tampoco da la sensación de que nunca tuviera una gran extensión ni profundidad y todo induce a pensar que se trató apenas de una extensión del FSR extendido a unas pocas provincias. Y, por lo demás, no está claro que todos los militantes del FNAL fueran no-falangistas. Sin embargo, todas estas indefiniciones, dificultades para entender realmente lo que pasó en aquellos momentos, versiones diferentes y contrapuestas, no pueden hacer olvidar que hacia finales de los años 60 algunos sectores falangistas empezaron a ser víctimas de un complejo de inferioridad hacia la extrema-izquierda que les hizo, poco a poco, virar hacia posiciones situadas mucho más allá de la izquierda situada en la oposición democrática. Es fácil entender por qué esos falangistas «acomplejados» nacieron de núcleos estudiantiles. La universidad española en aquella época era un coto cerrado de grupos, partidos y partidillos marxistas.

Era prácticamente imposible actuar políticamente en la universidad con otros planteamientos. Así de sencillo. Algunos falangistas, disidentes del FES (los «lupulinos») en Madrid y miembros de las Juventudes Falangistas en Barcelona se fueron corriendo, primero poco a poco y luego a velocidad de vértigo, estos núcleos fueron virando hacia posiciones más izquierdistas, con incorporación de elementos marxistas, anarquistas, sindicalistas, admiración a las experiencia armadas de la izquierda iberoamericana, etc. El caso extremo lo componen las Juntas de Oposición Falangista en Madrid y la Acción Revolucionaria Sindicalista de Barcelona, que se manifestó junto a la CNT en varias ocasiones y a la que, fatalmente, terminaron integrándose algunos de sus miembros, tras una larga y tortuosa evolución en la que existieron etapas intermedias: Confederación de Grupos Autogestionarios, junto al Partido Sindicalista, mezcla de pestañistas en Barcelona y de antiguos miembros del FSR en Madrid, todo para terminar diluidos en la CNT en el tiempo en el que esta organización era potente. Tras el «Caso Scala» (en el que resultó involuntariamente mezclado alguno de estos personajes), de todo esto no quedó ni el recuerdo. Pero de esta experiencia no hay más que retener que las deficiencias ideológicas y la hegemonía de la izquierda entre la juventud de la época, generaron un complejo de inferioridad resuelto de manera muy ingenua en tres fases: en la primera se seguían manteniendo los mismos símbolos y estética, pero acompañados de una retórica ultraizquierdista en la que se intentaba «superar al partido comunista por la izquierda»; en una segunda fase –y a la vista de que el planteamiento era increíble para la extrema-izquierda marxista y anarquista a la vista del acompañamiento ritual y simbólico– se renunciaba a la estética falangista para concentrarse solamente en los aspectos «sindicalistas» y «sociales» del anterior programa; en una tercera etapa, se renegaba textualmente del origen y se pasó a integrar las filas de los partidos o sindicatos marxistas o del a CNT. Un verdadero drama surgido al calor de un complejo de inferioridad ideológico.

El grupo FE-JONS(A) siguió una evolución similar, pero con algún matiz. Nunca renunció a la estética falangista creyendo, en una ingenuidad absolutamente incomprensible, que forzando los planteamientos izquierdistas lograrían un reconocimiento, no ya democrático, sino de las fuerzas situadas más a la izquierda. Algo imposible, por supuesto. Para colmo –recuerda el libro «Hacia una Historia del FES»: «Su ideario, para no ser menos que los demás, se resumía en 27 puntos, ajustados lo más posible a los de la Falange primitiva, limando por supuesto aquel lenguaje que se hacía impresentable. Así el punto 3, aparecía con un “Tenemos vocación universal...” en vez del “Tenemos vocación de Imperio...”. Se ponía el mayor énfasis en el aspecto sindical y en una utópica transformación económica de imposible realización, común denominador de los grupos falangistas, tales como nacionalización de la banca, de los servicios públicos, de los seguros y de “toda empresa que por necesidad nacional sea conveniente” (punto 14). En lo referente a la Iglesia, tras “reconocer” la dimensión religiosa del hombre (lo cual por otra parte no era decir nada) y saberse inspirados en la ética cristiana, exigía la absoluta separación entre Iglesia y Estado “sometiendo a la primera a ley civil en materia secular”».

No vale la pena extenderse mucho en todo esto que, en el fondo, es agua pasada. Sirve, eso sí, para demostrar hasta qué punto, a pesar de no quererlo reconocer, la realidad hacía que las limitaciones doctrinales y la creciente inadecuación entre doctrina y realidad, generaran cada vez más conflictos. A partir del 23-F, cuando las distintas fracciones falangistas entran en una etapa de lenta extinción, estas diferencias doctrinales pasan a segundo plano, se elude cualquier tipo de problemática ideológica –a pesar incluso de la convocatoria de un Congreso Ideológico por parte de Diego Márquez que llegaba demasiado tarde cuando ya no existía iniciativa en ningún terreno y los cuadros más experimentados ya habían abandonado el partido– y el único problema consiste en cómo poder sobrevivir realizando un mínimo de actividad que asegure que las plazas de militantes que abandonan, mal que bien, sean cubiertas por recién llegados.

Pero este complejo de inferioridad no aparecía por primera vez en 1968. Se evidenció por primera vez tras la derrota del Eje y la desaparición política del fascismo. Desde nuestro punto de vista, Falange fue la versión española del Fascismo Italiano, como existieron otras versiones, cada cual con sus particularidades, con su voluntad de diferenciarse del modelo italiano y con sus innegables concomitancias. Si no se reconoce esta filiación y se evita reconocer que la separación entre fascismo italiano el falangismo español, es una grieta tan pequeña como la que puede separar a la socialdemocracia alemana del socialismo español o del laborismo inglés, entonces se está polemizando inútilmente. José Luis Jerez hace más de 20 años resumió sus conclusiones en su libro «Falange, partido fascista » y a él remitimos a quien quiera profundizar en la cuestión. El propio Jerez, en una obra posterior en la que recopilaba los escritos de Manuel Hedilla, demostraba fehacientemente, la mentalidad de aquella Falange en aquella época… Se trataba, pura y simplemente, de la versión española del «fascismo español». Era un signo de los tiempos.

El problema vino cuando se produjo la situación contradictoria en la que España no entró en guerra junto al Eje y la derrota de las potencias «fascistas», generó una Europa democrática de la que nuestro país resultó excluido. Si España hubiera participado en la guerra mundial, la derrota hubiera generado la prohibición del «partido fascista español» y su reconversión en un partido democrático, como ocurrió en Italia con el MSI. Pero la persistencia del régimen franquista y su aislamiento internacional, hizo que Falange permaneciera al margen de la debacle del fascismo europeo y lograra mantener unas décadas su inercia interior. Como máximo, aprovechando algunas frases dispersas en las Obras Completas, se creó la ficción –increíble a todos menos a quienes estaban predispuestos a aceptarlo– que la Falange no era un partido fascista. Esta tendencia fue creciendo a lo largo de los años 60 y 70, hasta convertirse en un clamor de buena parte de los sectores azules.

Se negaba lo que para toda España y para los historiadores y comentaristas políticos, para la opinión pública y para los observadores extranjeros, era obvio, a saber: que la Falange si tenía un «origen» y una inspiración en los movimientos fascistas de los años 30. El error de los distintos núcleos falangistas consistió en pensar ingenuamente que sólo con unas pocas frases dispersas en los textos clásicos podían levantarse la pesada losa que pesaba sobre Falange. Era completamente imposible.

Texto extraido de http://elcaracol.blogia.com

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